Nos tomamos dos semanas de descanso post-vorágine-estrénica antes de volver a los ensayos para la siguiente actuación: el día 22 de octubre en el Centro Cultural la Remonta.
Y, cómo no, fue una vuelta con complicaciones: la sala donde habíamos montado la obra dejaba de estar disponible y nos quedamos sin espacio para ensayar. Y todavía seguimos con el culo al aire, a ver si el año nuevo nos trae alguna sorpresa... Total, que tuvimos que prepararnos en mi casa.
Por lo menos pudimos ensayar el día anterior en el centro cultural. ¿Y sabéis por qué? Porque la tarde de los jueves en la Remonta, el teatro está (o estaba) vacío. Y la secretaria nos dijo que, por ella, no habría problema en que ensayásemos allí todos los jueves, pero que antes tendríamos que hacer una solicitud que bla, bla, bla, bla...
Cuando llegué al ensayo, los bártulos ya estaban allí vía Ángel, como siempre, y la barra que utilizamos en la primera parte de la obra estaba por montar... Todo un reto porque Ana, la constructora, junto con Bea, del artilugio, no iba a poder venir, y la cosa tiene su intríngulis.
Manos a la obra. Cinco ingenieros actuando, operando, opinando... Más de una hora dándole vueltas al asunto inundados del constructivo "no es así". Finalmente, una llamada salvadora de la ingeniera titular nos guio hacia la luz. Pero el cansancio moral y anímico que supuso el proceso, ayudado por el extraño virus que me habitaba esos días, me dejó exhausto.
Al día siguiente me levanté temeroso de mi cuerpo. Estuve controlando los esfuerzos para que mi cabeza no se dejara sentir, y cuando llegué al centro cultural traté por todos los medios de mantener la calma. Y yo no era el único que estaba tocado: más de la mitad de la plantilla sufría algún tipo de achaque, y alguno de ellos de bastante importancia.
Total, que como medida de prevención, hice algo a lo que no estoy acostumbrado: recurrir a las drogas. No sé, supongo que me dejé llevar por el ambiente, todos lo hacían, así que no debía ser tan malo, ¿no? Había que medir bien el momento de la ingesta para que el efecto coincidiese con la representación.
Todo pasó muy rápido. Nos metimos en el "camerino", que estaba en el mismo escenario, y empezó a entrar el público. Bueno, no se sabía muy bien lo que entraba, porque nosotros oíamos a una especie de cabrero guiando un rebaño.
Y durante la representación no hubo ningún percance físico, el ibuprofeno estaba funcionando bien, quizá demasiado bien, porque había una sensación de ingravidez algodonada que nos tuvo un poco despistados, por lo menos a mí. Eso sí, esa ligereza se convirtió en gran tonelaje en cuanto Olga apareció en escena. Yo no pude verla, pero desde el "camerino" se podía percibir esa sensación mágica de que todo se había parado; hasta la ovación final, que arrancó con un "bravo" desnudo. ¡Grande Olga!
Terminamos y a recoger. Todos las cosas al coche de Ángel, a la velocidad del rayo con la ayuda inestimable de Fran y Pablo. Y a templar el subidón compartiendo unas cañas con los que habían venido a vernos. Entre toda esa gente de gran gusto teatral estaba nuestra otra Clara, una de las señoras de Los muertos se facturan y las mujeres se desnudan, nuestro anterior montaje. ¡Qué alegría verte, Clara!
Bueno, ya había pasado la segunda representación de Mejor mañana, una función un poco extraña, marcada por las dolencias y el tráfico de ibuprofeno. Una función que no fue de las mejores, pero de la que he sacado conclusiones muy muy positivas.
Y buscando imágenes del ibuprofeno, me he encontrado con esta ilustración del mismo nombre creada por Paio Zuloaga, que aquí dejo para que la disfruten los que hayan sido capaces de llegar hasta el final de esta larga entrada:
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