Tras un mes de septiembre cargado de ensayos, por fin llegó el día del estreno: el 1 de octubre de 2010 iba a ver la luz nuestra Mejor mañana.
En esta primera actuación teníamos una baja muy importante: Raquel, la encargada del maquillaje y del control técnico no iba a poder estar con nosotros, así que liamos a Fran (el de verdad) para que nos pusiese las luces y el sonido; y tendríamos que recurrir al automaquillaje.
Gracias a la enorme insistencia de Ángel, y a sus contactos "celestiales", pudimos ensayar el día anterior. Bueno, más que un ensayo fue una locura técnica donde, entre otras muchas cosas, tuvimos que construir las dos salidas que necesitamos en la obra. Y al final Fran no dispuso ni de un pase rápido para ensayar el sonido. Estos estrenos... Afortunadamente, el tema del maquillaje sí que se trabajó y Clara y Esther, siguiendo los consejos de Raquel, dieron con el punto de sus personajes.
Y el día llegó. A las 16:00 empezamos a llegar al centro cultural. Nervios, caos, sofocos...Y jaleos con las entradas: gente a la que habíamos reservado entrada nos llamaba, gente que iba a venir sin entrada nos llamaba, y gente que ya había venido nos llamaba a la puerta del camerino (¡!), donde estábamos resguardados conteniendo los nervios, esperando...
De pronto, el ruido al otro lado de la puerta empezó a desaparecer y nuestra concentración aumento. Y llegó Fran a darnos el aviso. Y salimos de nuestro refugio. Y entramos en el escenario. Y se paró la música de sala. Y se apagaron las luces. Y nos colocamos en escena. Y todo empezó...
Pronto, el público "especial", como lo llaman los encargados de los centros culturales, se empezó a dejar sentir. Les estaba gustando lo que estaban viendo, y comentaban, cantaban, aplaudían y daban rienda suelta, muy muy muy suelta, a su espontaneidad; vamos, como si estuvieran en el salón de su casa viendo el Sálvame. La primera parte de la obra fue muy bien.
La segunda parte nos resulto extraña. Algunas reacciones de una parte del público (el "especial") nos desconcertaban. Afortunadamente, según avanzaba la obra, nos fuimos acoplando, y al final conseguimos un estado de simbiosis con los espectadores que resultó casi mágico; estábamos empezando a reentender la obra con la ayuda del público.
Todo fue muy bien, Fran estuvo como un jabato clavando luces y sonido, y nosotros disfrutamos como enanos (subidón, subidón, subidón...). Felicitaciones de la gente, sonrisas, coñas, y cojonudas cañas (con toque surrealista) con media Alcarria que había venido a vernos.
Pero debo reconocer que sentí una cierta sensación de extrañamiento (y no del épico, precisamente) por las dudas sobre cómo habían entendido la obra los espectadores. Humos que se me bajaron cuando volvimos al centro cultural a recoger la escenografía y el ordenanza (¿cómo se llamaba?) nos dio una de las enhorabuenas más sinceras que he recibido nunca.
Termino dejando, para los que hayan conseguido llegar hasta aquí, el botón de muestra de la peculiaridad de este público, protagonizado por una señora que, ni corta ni perezosa, se levantó de su asiento, y (con toda su buena voluntad) apartó el mantón de la Rosi ¡que estaba en el escenario! para que no lo pisáramos... Afortunadamente, ninguno de los dos actuantes nos dimos cuenta, porque no me quiero imaginar nuestra reacción si la vemos venir:
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